¿Dónde está el feminismo?

Artículo de opinión de Cristina Antoñanzas, Vicesecretaria General de UGT, en "El Siglo de Europa" 


Sin ánimo de molestar a nadie, traigo hasta aquí este debate que se está manifestando en algunos ámbitos, y más específicamente entre aquellos grupos de personas que estamos inmersos en esta reivindicación y trabajamos diariamente para hacerla avanzar. La pregunta no tiene, en ningún caso, el carácter provocador o reprobador que cabría atribuirle. No. Trato, sencilla y –creo– legítimamente de encontrar explicación a esta especie de ciclotímico vaivén en el que reivindicaciones transversales (porque pueden ser más o menos compartidas por todas las capas sociales, y porque todas tienen gran importancia) que se apoderan de nuestras vidas con la misma intensidad que la abandonan poco después.

El legendario teórico de la comunicación canadiense Marshall McLuhan avanzó en los años setenta (murió antes de la explosión de Internet y los dispositivos móviles permanentemente conectados) que los medios de comunicación electrónicos se convierten en extensiones de nosotros mismos, y algo así como que somos lo que vemos.

Recuerdo al viejo McLuhan cuando miro a mi alrededor, en cualquier ámbito público o privado, y veo indefectiblemente a personas concentradas en mirar sus móviles, que han dejado de mirar lo que pasa a su alrededor, que ya no ven directamente el mundo y las personas que le rodean, sino a través de la reproducción que de ellos les llega a su móvil. Y es ahí donde creo que puede estar la razón por la que percibimos que las movilizaciones reivindicativas se suceden unas a otras en episodios cortos pero intensos.

En datos objetivos, el feminismo está ahí. El último y breve Congreso de los Diputados ha sido el más paritario de nuestra historia, con un 47,4% de mujeres entre Sus Señorías. El Consejo de Ministros todavía en funciones tiene más ellas que ellos. Al frente de la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional hay mujeres. Es cierto que quedan muchas cosas, y algunas muy importantes: en las empresas cotizadas españolas hay solo un 2,8% de CEO mujeres; sólo en 10 de las 139 empresas que cotizaban en el Ibex a finales del año pasado tenían consejeras ejecutivas; de las 50 universidades públicas españolas sólo cuatro tienen rectoras, y sólo siete de los 17 centros privados tienen al mando a mujeres.

En los tribunales de Justicia la cosa es todavía peor: de los 17 tribunales superiores de Justicia autonómicos sólo uno tiene presidenta; no hay mujeres entre los 13 miembros de la Sala de Gobierno del Tribunal Supremo, y la presencia de mujeres en la composición del Tribunal Constitucional es sólo del 17%. Si miramos las Fuerzas Armadas la cosa es todavía peor y estamos en la fase de considerar noticia de alcance que una mujer acceda al grado de general.

No avanzamos en políticas porque nuestras instituciones viven en el bloqueo, pero sí en otros campos: hay más mujeres en los debates y tertulias políticas, algunos medios de comunicación han creado secciones específicas para las reivindicaciones feministas, se ha incrementado el número de informaciones que incluyen esta temática, y hay un crecimiento muy significativo de novedades literarias sobre feminismo, con temáticas relacionadas con la reivindicación feminista, o con autoras que consiguen ahora una visibilidad que antes era más difícil.

El feminismo está, por tanto, en algunos avances progresivos, aunque no los percibamos de manera estable a través de nuestros terminales móviles. Pero esos terminales, sus principales operadores, gestores, inspiradores, financiadores son empresas que buscan indefectiblemente la rentabilidad. La era de la comunicación es propiedad del capitalismo insaciable y depredador que gobierna nuestro mundo globalizado. Maximizar el beneficio exige maximizar la necesidad de consumo a toda costa, y tratan de captarnos como consumidores de sus productos a todos, sin exclusión. Eso exige diversificación de la oferta. Exige la mercantilización de nuestras preocupaciones, nuestras aspiraciones, nuestros sueños y nuestras reivindicaciones. La diversidad social tiene que ser alimentada y por eso –quizá– los medios de comunicación con los que convivimos no tienen más remedio que ofrecernos de todo, en ese vaivén compulsivo que a veces resulta difícil de entender.


► Artículo en "El Siglo de Europa"

Fuente: El Siglo de Europa